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Mineros Urbanos

La insalubridad en el subterráneo desembocó una lucha histórica para alcanzar la jornada laboral de seis horas. La vida de hombres que a luz de tubo, respiran grafito.

Más de 21.000.000 personas circulan día a día en el subte. Entre ellas, yo. Cada tarde tomo la línea B para combinar con la C. Durante el viaje pienso en lo apretada que estoy, observo las historias escritas en los gestos, o tal vez tengo calor. Pero... ayer fue distinto, ayer ví minas y en ellas: mineros, los mineros urbanos.

―¿Es insalubre? ―pregunté.

―Si, en realidad lo que es insalubre ―Carolina mira el celular, mira alrededor―...ahh pero me estás grabando... ¿Sabés? no sé si pueda hacer esto.

Desde hace dos años que Carolina, con cara y ropa limpia, sale de su casa a las trece horas para laburar a las quince. Es auxiliar de subte en la estación 9 de Julio; o como la llama Horacio, el kioskero que, desde hace cuatro años, limpia el grafito del stand de golosinas: La estación de la maldad.

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Sin luz solar, con el polvillo pegado en la ropa, en el cabello y en la piel: trabajar en una mina es difícil.

―Es insalubre por el tema del grafito que tiran las formaciones. Por eso, por el ruido, ruido de la escalera, el barullo de la gente y más. Pasa que la formación acá está muy cerca. Vas perdiendo la audición― explica Caro, con mucha paciencia.

―Y... ¿en la vista?

―A la vista yo no creo.

―Porque le pregunté a otros y me dijeron que por ahí la luz artificial puede...―La llegada de una formación absorbió las palabras a toda prisa. Segundos después volvió a la normalidad.

―Como soy nueva por aquí capaz que de eso no me doy cuenta. Si me doy cuenta del polvillo, porque cuando me sueno la nariz me sale como tierrita, cosas así. Aparte ―Miré con sorpresa―, siempre que llego a casa, me pasas un algodón por la cara, con un algo, ponele: un producto, va a salir negro.

En la actualidad, el trabajo subterráneo es regido por la Ley 11.544, por lo que la jornada es de seis horas. Pero la historia registra que no siempre fue así. ¿Cuántas protestas? ¿Habrán huellas en los rieles del andén o ya estarán cubiertas por el grafito? ¿Qué olor han dejado los carteles de lucha? ¿Cuántos gritos se han desvanecido con el chirrido del cerrar de puertas?

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“A todos aquellos que fueron sancionados, perseguidos, desaparecidos y muertos por defender sus derechos”. Así termina la dedicatoria del libro de Virginia Bouvet: “Un fantasma recorre el subte”.

Ella empezó a trabajar como boletera a los 19 años, ahora es Secretaria de Organización del Sindicato del Subte, AGTSyP.

―Acabamos de llegar de la marcha, te esperamos con facturas ¿Tomás mate? ―me preguntó Virginia con una sonrisa. Acepté el mate, para no ser descortés; no puedo mentir, me gusta poco o quizás nada.

―¿Qué tal la marcha? ―curioseé un poco.

―Bien, esperamos respuesta―prosiguió, era por las paritarias.

Mientras abría la puerta de la oficina me quedé observando el mural de la pared: eran trabajadores dentro de un andén, estaban en paro.

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Las puertas se cierran, es hora de entrar en el vagón y transitar por la mina del tiempo; está algo oscuro, creo que es el grafito.

Un decreto de Perón, en 1945, estimó insalubre el trabajo subterráneo y estableció una jornada especial para proteger al trabajador. Pero, dependía del gobierno vigente: seis horas si era democrático o siete si era militar. Ya en 1994, con el gobierno Menemista, el subte se privatiza con 8 horas de faena. En el 2003, por primera vez se realizaron estudios de hipoacusia.

―Fue el ruido el que nos dio la jornada de seis horas, aunque solo en el área de talleres y tráficos: conductores, guardias y maniobristas. Todos los que deambulan por los túneles―aseveró Virginia mientras movía la silla de un lado para el otro―. El 1 de Julio del año 2004, tras un paro de cuatro días, todos los trabajadores alcanzamos la jornada de seis horas.

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¿Conocer a Daniel? No, no señores. Jamás lo hubiese imaginado. Es una persona mayor, como mi papá. No sé si es porque lo extraño, pero en todo hombre grande lo veo a él. Me lo presentó Juan Pi, así lo apodaba Carolina. Es el delegado de la línea verde, la “D”. Preferí llamarle Juan Pablo.

―Somos la voz de los trabajadores, luchamos por sus derechos. ―me dijo para explicar la función de su cargo.

―La empresa pone esas cosas en las paredes, paga por artistas para que decoren las estaciones pero los subtes siguen siendo viejos. ―Movía las manos para re confirmarme lo dicho por Horacio; por Claudio Alejandro, otro auxiliar que pasó justo por el molinete cuando conversaba con Caro.

―Cuando nos soplamos la nariz, sale oscuro. ―comentó.

Charlamos un rato más antes de llamar a Daniel. Por suerte, estaba en hora de descanso. Él trabaja en el subte hace veinte dos años como conductor en la línea D.

―¿Tienes algún problema de salud? ―pregunté, me sorprendí con la respuesta. El resfrió le dura más de tres días y su ojo izquierdo rápidamente se opacó cuando empezó a ser conductor.

―Manejo de ese lado, y: la pared, la sensación de velocidad, una luz de tubo cada 20 a 25 metros hace que tu ojo... Tenés que usar lentes. Además ―confesó―, mi cerebro entiende que todo el tiempo es de noche por eso te da sueño y hambre a cualquier hora. Tenés malestar estomacal, gastritis, sedentarismo porque salís de acá y llegas a tu casa y no querés hacer nada.

 

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En el subte también se labura como guía de combinaciones. Aunque te escupan o te insulten, están muy cerca de gente. Pero... ¡Qué cómico! Los nativos se extravían más que los extranjeros, ¿Por qué? no leen los carteles. No lo digo yo, lo puntualizó Caro.

Llego la noche, hora de volver a casa, como siempre: la roja, la B. De seguro la “Buchona de Macri”, Carolina, ya salió de la mina. El grafito de un día largo: en su cara. Al llegar a casa pintó la toalla.

Nota realizada por Abigail Michelle en 2017.

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